¿En serio?… ¿Así que éstas tenemos?… ¿Cuántas veces se le tiene que decir a este tío que aquí no funcionamos así?… Porqué mierdas hacemos brianstorming si después hace lo que le sale de los huevos… Estoy harta…
Cojo el bolso y voy hacia su despacho. Sólo una semana, sí, sí, una semana y se cree el dueño del mundo… ¡Joder!
Cruzo toda la redacción sacando fuego por la boca, la gente se aparta a mi paso, y oigo que susurran a mis espaldas. ¡Se pueden ir todos a la mierda!
Esperar a que llegue el ascensor se me hace eterno. Siempre que tienes prisa, el mundo se para. Con el trabajo que tengo hoy y tengo que perder el tiempo repitiendo las cosas mil veces…
Decido bajar por las escaleras, total, son tres pisos. El silencio es absoluto, sólo mis tacones resuenan cada vez que crujen contra los escalones, noto la presión en los gemelos al mantener el equilibrio, he elegido un mal día para llevar la falda ajustada. Por fin llego a la planta 9. Abro la puerta y avanzo por el pasillo, haciendo el trayecto contrario, hasta su despacho.
Toc… toc…
–Pase… –Cuando entro, está de pie, hablando por teléfono, caminando arriba y abajo del ventanal. Lleva vaqueros, una camisa blanca y un chaleco a cuadros escoceses en colores fríos y zapatos atados negros. Me invita a sentarse en una de las dos butacas que tiene delante de la mesa. No le hago caso, y espero con los brazos cruzados, moviendo el pie impaciente. Cinco minutos después… –Hola, disculpe la espera. ¿En qué puedo ayudarle?
–Perdona?… ¡Increíble!… A ver tú ¿se puede saber porqué cojones has cambiado las reseñas que se te dieron del artículo sobre el restaurante de este mes?
El semblante afable le cambia, se muestra indignado y ceñudo, se me acerca decidido, quedando a dos palmos.
–A mí no me vuelvas a hablar así, si te has criado a golpes de bastón es tu problema, yo no te he faltado al respeto, es más… no sé ni quién eres… así que, o te tranquilizas y me hablas con buenas maneras, o ya te puedes ir por donde has venido.
Me está mirando fijamente, tiene los ojos oscuros, bajo unas cejas espesas, la nariz con un poco de forma aguilucha, los pómulos salientes sobre unas mejillas chupadas con barba incipiente, y una boca de labios carnosos, que no puedo dejar de mirar a cada palabra que dice. El olor que desprende, masaje o perfume, me deja petrificada y le escucho atenta, no sé cómo lo ha hecho, pero me ha despertado de mi pesadilla de mala leche constante que tengo en la oficina, la única manera de mandar en una empresa machista. Sigue mirándome a los ojos, levanta una ceja, esperando la respuesta.
Ante su sorpresa, sonrío, me ha hecho gracia como me ha afrontado.
–Soy tu jefa, tres pisos más arriba, la que aprobó las reseñas que has modificado. Este restaurante ha pagado mucho dinero para salir en la revista y no quiero meter la pata. -Puntualizo, sin apartar la mirada. –Y me tendrías que conocer, porque yo estaba en la entrevista que se te hizo en la sala de juntas.
–En aquella sala había unas 20 personas, y te aseguro que si hubieras ido vestida así, te recordaría. –Le brillan los ojos, me está flirteando, y me dejo, no me reconozco. –Y las reseñas las he cambiado, porque es el restaurante de mi hermana, y me lo ha pedido ella. Por cierto, he enviado un e-mail esta mañana a primera hora explicándolo y lo han aprobado desde dirección. Seguro que estabas en copia… JEFA.
Seguimos mirándonos, escupo fuego por los ojos, pero tiene un no sé qué noble que no me deja aplastarlo como quisiera.
–Perdona, no he empezado con buen pie –me mira los tobillos y me repasa hasta llegar a los ojos. –No estoy acostumbrada a que me escuchen si no es a gritos.
–Quizá no te escuchan, porque gritas.
–No sabes quién soy, ni cómo soy… no me juzgues. –Me giro y me voy.
El día pasa volando, son las nueve y media, y el trabajo no se acaba. Ya se han ido todos. Me quito los zapatos y la falda, tengo ganas desde que he salido de casa, ahora sé porque hacía tiempo que no me los ponía. Voy a la máquina de café y escojo un cappuccino sin azúcar. Mmm… Una vez en el despacho, me lo bebo deleitando cada trago, me quemo la lengua, y noto como baja por el esófago. Respiro calmada, disfrutando de este momento de distensión. Y pienso en él, en cómo me miraba justo antes de irme, no me lo he quitado de la cabeza en todo el día.
–¿En qué piensas? –Oigo una voz detrás de mí, el corazón me da un vuelco, y me giro sorprendida. Es él, apoyado en el marco de cristal. Voy a buscar la falda, pero me corta el paso. –Si ya me gustabas con ropa, sin, ni te lo imaginas. –Otra vez esa sensación cuando lo tengo cerca.
–Creía que ya os habíais ido todos. No quedaba nadie por fichar. –Me excuso.
–Sí, pero cuando estaba en la calle, he visto la luz de tu despacho y he decidido venir a disculparme, yo tampoco debería haber hablado como lo he hecho antes, y menos a mi jefa.
Da un paso hacia mí, yo retrocedo.
–Esto no puede ser. No lo podemos hacer.
–¿El qué? –Pregunta mientras me rodea por la cintura, me coge el vaso de la mano y toma un trago, antes de dejarlo sobre la mesa. –Me gustan las mujeres con carácter, y esta mañana… Ufff… me has activado todos los sensores.
Pongo las manos detrás de la espalda, intento separar las suyas, pero no puedo, y menos cuando me coge los pulgares, inmovilizándomelas. ¡Mierda! Me pone mucho este rol, y lo sabe, me estoy excitando por momentos.
–Lo digo en serio, trabajamos juntos, no podemos, no debo…
Pero no me deja terminar, me sujeta hacia él y pone sus labios sobre mi boca, quieto, no se mueve, creo que ni respira, pero a mí se me acelera el corazón, la respiración. Tiene los labios secos, suaves, y los desliza por encima de los míos, noto unas cosquillas insoportables, que provocan un escalofrío hasta la entrepierna… Ufff… con los míos le cojo el labio superior, decidida, pero dulce, la química es brutal, siento el cuerpo flotar, y cómo ahora él también me sujeta el labio inferior, chupo un poco, gime apretando el mío, siento el interior como me quema, los pechos turgentes bajo la camisa de seda, y abriendo las bocas, empezamos un beso, tierno, deleitándonos mientras nos presentamos las lenguas, que juegan lentamente, sin prisa.
Me coge las dos manos con sólo una, y caminamos hasta apoyar mi culo en la mesa, noto la erección contra mi muslo, y la otra mano recorriéndome la cadera, subiendo por encima de los pantis, abro más la boca, mete toda la lengua, y nos seguimos morreando, cada vez más atrevidos.
Llega a la cintura de las medias, cuando intenta bajarlas aparto el culo, y para. Me suelta las manos. Y se aleja un palmo. Nos miramos acalorados, calientes, casi puedo sentir la electricidad entre los cuerpos.
–¿Quieres que lo dejemos aquí? –Me ofrece caballeroso.
–No… –Y acariciándolo, me vuelvo a acercar, nos abrazamos a la vez que nos comemos la boca, ahora ya conocida, y todo fluye como si no fuera la primera vez.
–¿Tienes condones? –Me pregunta sin dejar de besarme el cuello hacia los pechos, que ya sujeta con las dos manos por encima de la blusa.
–Sí, la cajita que hay al lado del teléfono. –Respondo poniendo una mano sobre la mesa y la otra en su nuca.
–Vaya, sí que he sido poco original viniendo aquí. –Va diciendo mientras me desabotona y quita la blusa, para besarme el escote, oliéndome la piel, poniéndola de gallina por donde pasa.
Le quito el chaleco, él se desabrocha dos botones de la camisa y se la quita por la cabeza, a la vez que se descalza. Tiene un cuerpo bonito, no muy fuerte, más bien delicado, y sin pensarlo, se baja los pantalones con los bóxers, quedando totalmente desnudo frente a mí, ¡Joder! Me giro, no sé porque, quizá por no mirar, pero ya lo tengo detrás, me desabrocha el sujetador, que dejo caer y pasando cuidadoso la mano por mi mandíbula, me hace girar la cabeza para mirarlo, mientras me coge un pecho, firme, y nos empezamos a morrear hambrientos.
Noto su miembro duro entre las nalgas, por encima de los pantis y el tanga. Alzo un poco el culo, lo quiero dentro, me coge el pelo con una sola mano y me muerde los hombros, mmm… gimo caliente.
–Mañana te compro unos…
Y antes de entender de qué habla, me coge las medias y las rasga con un golpe seco que me hace tambalear entera, no puedo ni hablar, de lo guarra que me ha puesto, creo que he chillado, no estoy segura, me vuelve a coger del pelo y me habla al oído –O paramos ahora, o te follo… –No digo nada, alargo el brazo, cojo un condón de la cajita y se lo doy –Perfecto… –Dice, mientras me hace bajar el cuerpo hacia la mesa, sobre los papeles de la edición de esta semana. Por poco no derramo el vaso de cappuccino sobre el dossier, pero salvo la situación y lo aparto tanto como puedo.
Noto la frialdad del cristal en los pechos y la mejilla, tengo las piernas tensas, abiertas. Deja la envoltura del condón encima de la mesa. Separo más las piernas, pasa la mano entre los muslos, deteniéndose en el coño, me da un pequeño golpe, alzo el culo, separa la tira del tanga y empieza a pasar los dedos, noto como lato en su mano, la facilidad con que se deslizan, estoy muy húmeda.
Con un brazo, retiro los papeles hacia un lado, pongo las manos a la altura de los pechos, respiro acelerada, noto su miembro tanteando arriba y abajo, tiro el culo hacia él, le oigo sonreír, me tiene dispuesta a todo, y noto como empuja, metiendo sólo la punta, con la mano se la coge y hace presión arriba y abajo. ¡Joder! Cómo le deseo, vuelvo a tirar el culo para atrás, y ahora sí, me penetra vigoroso, ufff… la saca casi del todo y vuelve, empaño la mesa con cada gemido, como él, que suspira gutural a cada empuje, y cogiéndome por la cintura de los pantis, como si fuera a caballo, me empieza a follar, aumentando la presión, acelerando al ritmo preciso… madre mía… pierdo la cabeza, noto como chorreo por los muslos, me da un cachete, y otro, me intento agarrar a la mesa, pero resbalo, tengo los pezones aplastados contra el cristal, y él sigue, más cabrón cada vez, hasta que la mesa se empieza a mover, a cada embestida, y no aguanto más, me corro gritando desesperada, enloquecida, notándola todavía dentro, una vez tras otra, escuchando sus gemidos, cuando la mete fuerte, hasta el fondo, y se recrea, corriéndose, vaciando los huevos, hasta quedar totalmente exhausto, apoyado en la mesa, jadeando satisfecho. Como yo.
Vuelvo a temblar cuando me la saca. Aún sensible, me levanto y apoyo contra la mesa, mirando cómo hace un nudo al condón, y cogiendo un cleenex de mi mesa, lo envuelve con el papel del envoltorio y lo guarda en el bolsillo de su pantalón.
–Ten, tíralo a la papelera. –Le digo, mientras se va vistiendo.
–Será mejor que no, por si acaso, lo tiraré en la del parking luego cuando salga.
–Vale. Era lo que pensaba hacer yo cuando te fueras. Y sí que has sido original, nunca lo había hecho aquí. Los condones…
–No hace falta que me des ninguna explicación. Lo entiendo.
–Es la segunda vez que no me dejas terminar de hablar hoy, y no me gusta. –Digo replicando altiva.
Sonríe.
–Sí, es un mal vicio que tengo. Tendrás que acostumbrarte.
–O no…
–O sí, y yo a tu mala leche.
Sonrío.
–Tenemos que hablar de lo que acaba de pasar. –Digo seria.
–¿Cenando mañana por la noche?
–Perfecto.
–Perfecto.
Fusionando realidad y ficción, quiere transmitir sentimientos y percepciones a través de los relatos eróticos, para transportar al lector más allá del espacio-tiempo en el que se encuentra. Abierta y comprometida con la cultura. Para ella el erotismo es parte importante de la realidad que nos rodea.
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