Siempre con prisas, arriba y abajo, rutina exasperante a contrarreloj que no deja respirar, y llego por la noche, sin ni siquiera saber si ha brillado el sol, y de golpe, contra todo pronóstico, la calma invade mi día a día, el mundo se detiene y el silencio me envuelve sola entre cuatro paredes, que ahora me parecen diferentes, incluso acogedoras, y me siento a gusto. Como cuando me subo en un avión, y sé que todo se para hasta que aterrizo.
El trabajo, otro mundo. A distancia, menos agresiva, la gente tiene otros miedos y prioridades, y también se calma. Como las llamadas, sin prisas, caminando por el piso, nuevas rutinas, de un aprendizaje provisional, que no sabes hacia dónde te lleva.
Y cada mañana, abro las persianas, descubriendo el sol detrás de la ventana, y a mi vecino nuevo, que ni siquiera sabía que existía hasta hace unos días.
Alto, moreno, con gafas… aisss…
El primer día, al levantar la persiana, me fui descubriendo inconsciente de que me estaba observando, no fue hasta subirla del todo, que lo vi, apoyado en la barandilla del balcón de enfrente, con el torso descubierto, bebiendo un café, mirándome… y diría que me saludó con la cabeza, pero me escondí tan rápido, que no estoy segura. Yo sólo llevaba una camiseta larga por debajo del culo, y me dio vergüenza. El corazón latía a mil por hora, roja como un tomate.
Al día siguiente, el mismo procedimiento, pero con unos vaqueros, un fular y sujetador debajo de la camiseta, no sabía si estaría, pero por si acaso me peiné. Cuando me vio, una mueca frunciendo la nariz se dibujó en su cara, desaprobando el vestuario, e hizo que no con la cabeza. No pude evitar sonreír, coqueta, escondiéndome de nuevo, no sin admirar sus hombros de nuevo, musculosos con un tatuaje tribal cubriéndole todo el brazo derecho, hasta el cuello. Mmm… Arte sobre arte.
Ese día, nos encontramos, o mejor dicho, nos buscamos, coincidiendo cada dos por tres, en el balcón. Él, divertido, en cada ocasión, llevaba puesta una pieza más de ropa… ¡Qué loco!… a la quinta, ya eran: camiseta, camisa, cazadora, bufanda y sombrero, jajaja… con las manos hacía ver que tenía mucho calor. Cómica, me saqué el fular, y él se quitó la bufanda, me animó a sacarme más piezas, pero me corté, y entrando, ya no volví a salir en toda la tarde.
Al día siguiente, fui a abrirla otra vez, sólo en camiseta y sin peinar, con el pelo sujetado con una pinza y mil mechones cayendo por los hombros. El premio, un guiño sexy, y la aceptación de mi público, él. Fue el inicio de un ritual que ha durado más de diez días, donde la atracción y el juego cada vez han sido más latentes.
Hasta esta mañana, que, como de habitual, he saltado de la cama, descalza, me he dado un toque en las mejillas con las manos para darles una poco de color, y he ido corriendo al comedor, a subir las persianas.
Al abrir la del balcón, con las piernas cruzadas y de puntillas, la decepción ha sido pungente. No estaba, en su lugar, un cartel con un número de móvil, nada más.
¡Joder!
El corazón se me ha acelerado, he esperado unos minutos, mordiéndome el labio. Entonces he visto una sombra detrás de las cortinas, me estaba espiando… y dominada por la curiosidad, he marcado el número. De pie, apoyada en la pared, nerviosa por la novedad, por entrar de cabeza en su juego.
Ha descolgado a la segunda llamada, y he oído su voz… ¡¡¡Madre mía!!!… gutural, nerviosa al principio, pero potente, mezclada con el ruido de la puerta, y ha salido al balcón. Y la mirada, mmm… esa primera mirada mientras hablábamos, más dulce que de costumbre, más cómplice, verlo y oírlo ha sido… ¡Genial! Excitante, morboso y descarado. Incluso me ha puesto caliente. Y de golpe, el silencio, sin colgar, sólo mirándonos, escuchando la respiración del otro. Sus ojos brillantes, traviesos, el bíceps del brazo apoyado en la barandilla, latiendo en cada movimiento. Y me he sentado en la silla de «director de cine» que tengo en el balcón, y he levantado las piernas hasta apoyar los pies en la barandilla.
–¿Sabes que así te puedo ver las bragas, verdad?
–Ahá… –Respondo cruzando las piernas, asumiendo que soy la distracción de mi distracción, y sonrío.

Fusionando realidad y ficción, quiere transmitir sentimientos y percepciones a través de los relatos eróticos, para transportar al lector más allá del espacio-tiempo en el que se encuentra. Abierta y comprometida con la cultura. Para ella el erotismo es parte importante de la realidad que nos rodea.
Que bueno…
Me a encantado y me a despertado una juguetona y placentera picardía en mí…
Muchas gracias por tu comentario Anita, Me encanta poder compartirlo contigo y que te haya llegado. Un placer!