Había desaparecido la tarde entera trabajando en su tesis, abstraído ante la pantalla de ordenador y a la luz de un minúsculo flexo. Ni siquiera fue consciente de que la noche ya asomaba por la ventana, que las horas se le habían escabullido entre libros y manuscritos. Decidí sacarlo de aquel ensimismamiento deslizando mis manos sobre sus hombros. Él echó la cabeza hacia atrás mientras se desprendía de las gafas. Sus hombros rígidos necesitaban un masaje, la suavidad de mis manos que lo acariciasen. Sin embargo, en lugar de sentir lastima, le tapé los ojos con una venda.
Le di la vuelta a la silla giratoria y le coloqué el dedo índice sobre sus labios, mostrándole una de las reglas del juego que acababa de improvisar para él: no romper el silencio. Aguardaba desconcertado, perdido en tinieblas, resignado a dejarse llevar por alguna de mis ocurrencias con las que me suelo divertir con él. Intentaba adivinar dónde me encontraba, qué le estaría preparando. Solo alcanzaba a percibir un negro mutismo. El sugerente crujido de una cremallera le desveló mis propósitos. El sonido de la ropa que se deslizaba mágicamente sobre mi piel, el de las prendas que caían al suelo, evidencias de estar desnudándome a solo un palmo de distancia, mientras mi víctima se retorcía en su asiento angustiado por no se capaz de contemplarme.
La ceguera le permitía apreciar incluso el mínimo zumbido que producían mis manos acariciándome, resbalando por mis muslos, vientre y senos. Adivinaba el recorrido por mi figura al alcance de sus labios, casi saboreando la tibia suavidad de mi piel, la dificultad de mis curvas. Imágenes que hervían en su imaginación decoradas con suspiros. Se revolvió excitado cuando distinguió un frasco abriéndose y pronto, el aroma de una crema que invadía la estancia.
Ahora el ruido era diferente, más apagado y cálido. La crema se extendía por mi cuerpo, alcanzando todos los rincones. Me perfumaba con suavidad, en silencio, degustándome en la exploración de cada palmo de la piel. Absorto con los sonidos y embrujado por la sensual melodía, se aferraba a los brazos de la silla con desesperación. Se agitaba con palpitaciones entre sus piernas, grito de un deseo desbocado, el de un animal encerrado y rabioso por escapar.
Hoy tocaba jugar con el sentido del oído, del que yo pretendía exprimirle su lado erótico. Me recreaba sin pronunciar palabra, llevándolo al límite de su resistencia jugando con su oído. El recorría mi cuerpo con sus recuerdos, a base de imágenes ardientes, de evocaciones de lo que intuía que se derrochaba al otro lado del trapo. Notaba mis suspiros más profundos en la oscuridad, alterándose y convirtiéndose en dulces gemidos que casi lograba tocar. Alcanzaba a sentir mis dedos que me acariciaban entre las piernas, incluso mi expresión de placer mientras me regalaba un orgasmo al que él no estaba invitado.
Enloquecía con la música de mis gemidos, intentando domar una colérica erección que amenazaba con romper sus pantalones. Lamentos de placer, mi aliento entrecortado al alcance de su boca. Ahora las fotografías se aceleraban en su mente. Eran lascivas, de tonos rojos, cubiertas de semen. Creía explotar al son de mis suspiros, esperando que alguien le tocase, que le arrebatara la venda. Jamás hubiera sospechado hasta dónde podía llegar su excitación dejándose llevar únicamente por los sonidos.
En su imaginación contemplaba mi contorno, sentía el color y calor de mi piel, la humedad que goteaba a lo largo de mis muslos cuando el ruido de la puerta al cerrarse lo sobresaltó. El golpe lo había arrojado de repente a la soledad de la habitación. De nuevo había jugado con él, arrastrándolo a ser peón de mis fantasías, a que se consumiese de deseo. Desolado, comprobó que ya solo le acompañaba el aroma de mi ausencia y los eróticos sonidos que aún no habían abandonado la habitación.
Escritora de sus propias experiencias y aventuras en el mundo del erotismo, contados en primera persona. A través de los relatos se desnuda para desvelar sus pasiones inconfesables y debilidades más íntimas. Cada relato está dedicado a una de sus tantas travesuras. No te resistas y déjate dominar.
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