Ambos subimos al escenario desconcertados por los aplausos. Era nuestra primera visita a un club erótico y extrañábamos todo, desde el ambiente hasta la naturalidad con la que el animador nos reclamaba como pareja concursante. Los mil euros anunciados para la pareja ganadora nos arrastraban sin dudarlo. Nos dio la bienvenida y solicitó el primero de los aplausos al público. A un lado, una balanza sobre una mesa y en ella dos platillos. En uno, un vaso de vidrio, y en el otro, un juego de pesas.
― La prueba consiste en equilibrar la balanza ― explicaba el presentador para seguidamente dirigirse a mí en exclusiva ―. Y el vaso solo podrá rellenarse a base sus propias habilidades manuales con su pareja.
― Pero ¿se refiere a…? ― hice con el gesto de sacudir un pene.
― ¡Correcto! ― contestó para mi asombro mientras los numerosos asistentes aplaudían entusiasmados ―. Únicamente podrá rellenar el vaso de esa forma. Así hasta alcanzar el peso que equilibre la balanza.
Miré atónita a Mario, que con cara de sorpresa aguardaba impotente mi decisión. Tomando el vaso, me encontré ridícula y atrevida al preguntarle.
― ¿Qué hago? ¿Tu estas dispuesto?
No me hizo falta su respuesta, La sala estalló en un solo grito que se repetía. ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!
― No sé, lo veo un poco locura todo esto, pero…
― ¿Ya que estamos aquí… ― contestó resignado.
― Está bien, vamos allá entonces.
― De acuerdo. Dispone de diez minutos. Y el tiempo comienza… ¡ya!
Mario me miraba sorprendido mientras tomaba asiento y se bajaba los pantalones. Extraje su pene que ya permanecía desaforadamente erguido. Era preso de la excitación por lo irreal de aquella situación. Normalmente me resulta una sencilla tarea, sin embargo, ante la presencia del público dudaba en que se mantuviese concentrado para lograr llenar el vaso.
La primera eyaculación la obtuve fácilmente debido a su desbocado estado de excitación. Únicamente tuve que sacudir su pene durante unos segundos para ver cómo explotaba contra el fondo de vidrio. El público lo aclamaba. Sé cómo conseguir su orgasmo sin ninguna dificultad y, en esa ocasión, su miembro respondió a la suavidad de mi mano con bravura. Me fascinó verlo sacudirse impotente sobre el improvisado potro de tortura, agarrado al asiento mientras llenaba con rabia el recipiente con su cálido semen. Su cuerpo se contraía, se ahogaba por un instante y finalmente el placer lo intentaba hacer desfallecer como una marioneta sin vida. Yo recogía hasta la última gota de su deseo.
De camino a su segundo éxtasis yo era consciente que debía esmerarme algo más. Me froté las manos y me dispuse a acariciarlo para impedir que su patética erección desapareciese. Mientras le agitaba su pene observaba de cerca su expresión de desasosiego, de saberse observado por la multitud. Sé que le excita que le mire al rostro cuando le estoy masturbando, con lo que en pocos minutos ya casi estaba a punto de cumplir con el segundo estallido. Rodeaba su miembro con la palma de una mano mientras tocaba la punta con un dedo de la otra, notando la vibración. La suavidad de mis caricias le arrastraba inevitablemente a la siguiente explosión, para la que ya había colocado el vaso en el extremo a la espera de su caliente descarga. La sala enloquecía coreando su nombre.
Un violento éxtasis lo quiso arrancar de nuevo de su asiento. Con la boca abierta y la mirada perdida, gemía atormentado mientras yo reía satisfecha de haber franqueado su segundo abismo. Asiendo con fuerza su miembro, proyectaba más esperma que hervía al salir. Notaba la tibieza del vaso en mis manos, el fruto de mi habilidad para exprimirlo. Se veía desolado ante el público, escupiendo furioso contra el vidrio donde recolectaba el producto de sus éxtasis. Comprobé sobre la balanza el peso de lo que ya había acumulado y las pesas se desplazaron ligeramente, pero aún no era suficiente para conseguir el cruel objetivo.
El juego me estaba divirtiendo y ya estaba lista para continuar hacia el tercer éxtasis, para lo que me veía obligada a estimularlo aún más. Acerqué mi trasero a su boca, notando su ardiente aliento entre mis nalgas, frotando suavemente el tanga sobre su cara. Mi truco era agregar al tacto de mis manos el incentivo del olor, íntima y arrolladora fragancia que le enloquecía. Los asistentes chillaban entusiasmados. Seguidamente, me abrí la camisa con la intención de que mi presa fijara la mirada en mis senos que se agitaban brillantes y erizados, y así se olvidara la colección de mirones. Aplicando saliva a mis manos, me dispuse a masturbarlo furiosamente para aprovechar hasta su último aliento de excitación. Con la otra mano, acariciaba su torso estremecido y sudoroso, estrujaba sus testículos, introducía mis dedos en su boca.
Continuaba batiéndolo rabiosamente mientras mi atribulada víctima rogaba piedad con su mirada. Lejos de ceder a su ruego, me dispuse a acelerar el ritmo sin compasión para lograr superar el despiadado desafío. La cercanía a su boca y el olor propio de mis senos que se mecían con mis sacudidas me ayudaron a mantenerlo al límite, a que no decayese la pasión con la que comenzó a regalarme generosamente su semen. La ferocidad de mis friegas lo hacía estremecerse sin remedio, renqueando indefenso. Me divertía verlo implorándome ponerle fin a aquel excitante suplicio, pero yo estaba resuelta a ganar la prueba. Solo tenía que exprimirlo aún más. La balanza ya casi se equilibraba, pero su contribución todavía no había sido suficiente.
La sala entera le animaba a que estallase en otro orgasmo, nos jaleaban ruidosamente. Su miembro me resbalaba entre las manos, que lo agitaban sin descanso, su cuerpo ardía, las piernas le temblaban. Apenas conseguía mantener el aliento, ahogado por el martirio ― ¡Una más y conseguimos el objetivo! ― le dije mirando el reloj y esperando impaciente entre los chasquidos que producía el frenético ejercicio.
Finalmente recurrí a un truco con el que estaba segura de que alcanzaríamos la meta deseada, pues ya nos restaban pocos segundos. Susurré en su oído una cuenta atrás, con lo que él ya sabía que en el cero estaba obligado a explotar para mí. Era la señal con la que yo siempre le exijo que me regale sus orgasmos cuando a mí se me antojan. Diez, nueve, entornaba los ojos apenas sin fuerzas para responder y yo continuaba frotando, ocho, siete, su torso se tensaba aún más al ruido de las sacudidas y los asistentes se sumaron a la cuenta atrás, seis, cinco, su cuerpo entero temblaba expectante atrayendo el inminente éxtasis, cuatro, tres, una electrizante sensación le recorría toda la piel privándolo de su consciencia, dos, uno, un grito sordo y ahogado tras la mordaza, ¡y cero! Una vez más su pene escupía angustiado hacia el fondo del recipiente en medio de una ovación. El sentía aturdido cómo el público se desvanecía, las luces del club se le mezclaban. Tinieblas y un hondo e infinito placer. La gente aclamaba entusiasmada al recién exprimido concursante.
Coloqué el vaso en el platillo de la balanza y la aguja se desplazó perezosamente, hasta mostrar erguida que habíamos logrado igualar el peso del otro platillo. Mostraba el logro al público, orgullosa de haberlo conseguido. Él resoplaba sudoso, agotado, satisfecho de haberme complacido y confuso por aquella dulce tortura.
― ¡Bravo! ¡Prueba superada! ― sentenció el presentador entre el atronador aplauso.

Escritora de sus propias experiencias y aventuras en el mundo del erotismo, contados en primera persona. A través de los relatos se desnuda para desvelar sus pasiones inconfesables y debilidades más íntimas. Cada relato está dedicado a una de sus tantas travesuras. No te resistas y déjate dominar.
Wuao no pude evitar tener una erección mientras leía en vos alta a mi pareja el relato y ella de igual manera se se entusiasmo a hacer el reto y ponerme a temblar de placer y desahogar mis deseos a la final tardamos horas en terminar de leer completo el relato maravilloso